viernes, 5 de noviembre de 2010

Reprendido por Máximo.

Había terminado de comer cuando Máximo, mi perro, vino al lado mío y me dijo:
-Habrás observado. Nosotros no somos orgullosos ni guardamos reencor- clavándome la mirada.
Sorprendido exclame:
-¡Los perros no hablan!
Me contempló con calma.
-Bueno, entonces cree que estás loco, o soñando; me da igual, pero deberás escucharme, y verás por los efectos que te causan mis palabras que se trata de algo muy cierto, y que te compete por completo.
Lo observaba.
-Tú llegaste, y te sentaste frente al televisor como un trapo que se mueve en busca de algo sobre lo que arrojarse; te desplomaste. Yo te miraba detrás de la puerta de vidrio, esperaba un saludo. Me miraste en un momento, pero pareciste no verme. En tus ojos podía vislumbrarse el vacío mental que reproduce la vida de carreras que llevas. Has notado que no te guardo rencor, a pesar de que cada vez que tú llegas yo te saludo de lo más feliz.- me dijo.
Y tenía razón. Por mis ojos ahora vivos, se escurrían con velocidad las lágrimas, que bajaban por mi rostro como autos de carrera. ¿Cómo no me había percatado? Tanto tiempo viviendo juntos y ¿ni siquiera un saludo? Me emocioné, lo abrace y le dije:
-Perdón. Soy un despreocupado.
-Oh, no llores, te dije que no te guardo bronca- agregó incomodo.
-Sí, debes odiarme, y estás en tu derecho.
-Oh no.
-Oh sí.
-Muy bien- me dijo-, entonces paga la falta.- dijo fijándome la vista.
Lo miré desconcertado, pero que más daba. Asentí en silencio.
-Yo voy a mirar televisión- dijo corriéndome de la silla y sentándose él-, y tu, iras al garaje, te tiraras sobre mi manta sucia, y te lamerás las manos mientras yo te observo indiferente.

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