sábado, 6 de noviembre de 2010

Gato encerrado.

Como buen político que uno intenta ser (a diferencia de toda la sarta de pedantes que dicen hacer justicia y solo realizan descarados grandes hurtos) yo anoto en una agenda todo lo que debo hacer. No es fácil llevar un país adelante, pero alguien tiene que hacerlo. Desde pequeño empecé alucinar con eso; soñaba con ser respetado, como policía de película, hoy es una realidad, previo a la presidencia, digo las elecciones, me preparo para enfrentar uno de los obstáculos más apasionados de mi vida. Y esto debería alegraros a todos, pues yo disfruto haciendo política, manejando las reglas para beneficio de toda la gente, para que todos puedan educarse, acceder a internet, tener unas vacaciones dignas, y el año que viene, cuando haya miles y miles y miles de feriados (porque agregaremos 856 días más al calendario y 552 serán feriados), puedan pasarlo de lo más placido, tendidos sobre un sofá contemplando buenos y educativos canales de televisión. Sí, me leyeron bien, y efectivamente soy tan copado como parezco: quiero televisión nutritiva, que atraiga al público, que deje solo de sedarlo, que también le dispense alguna gratificación, porque en las condiciones actuales, digamos la verdad, uno llega a sufrir con la programación pálida que transmiten. ¿Y quién es el responsable? El presidente, porque es muy simple para él decir: esto no va más, esto sí, y esto que no está lo creamos. Muy ocupado me paso el día pensando la salida para un país tan vertiginoso, acantiloso, precipitoso, vulnerable, que se destapa más fácil que una hoya hirviendo, que puede destruirse más rápido que jarro de porcelana arrojado desde una azotea, que puede bailar en una pata, porque la otra se la cortaron a la vuelta de la esquina, donde viven los pibes chorros, esa modalidad que tanto abunda actualmente, de la que todos hablan más nadie hace nada. Yo, déjenme repetirlo con el tono bien alto, YO TENGO LA SOLUCIÓN. Sí, entre mis manos, en mi cabeza, la puedo transcribir sobre cualquier papel, y apenas un país me tome enserio, donde pueda aplicarla, verán ya floreces los nítidos retoños de una Argentina más audaz, heroica, misantropa, que no habla de solidaridad (eso es de tiempos pasados, conservadurismos que siempre sirvieron más de escusa que de solución), sino de violencia, de competencia, de globalización hacia los mercados mundiales, de erradicación de la pobreza.
Así es, lo he pensado todo, y en todo he pensado: mejor educación y trabajo; se acaba la inseguridad (esa que tiene patas y pelos, de la cual habla con tanto temor la gente, como si andaría caminando por la calle, sola, independiente, invencible). Una vez un mundo feliz*, le damos surco a un crecimiento económico desbordante, el país se enriquece y con él su prestigio; luego, el mundo es nuestra casa, podemos entrar y salir de él sin demasiadas explicaciones.
Luego de todos mis años de planificación he llegado, además de las conclusiones aquí brevemente expuestas, a pensar que mi lógica no tiene fallas. No podría compararme con Dios, tengo muy presente mi miseria, pero podríamos decir que si alguien en la tierra, además de Jesús, es el más indicado para proseguir con sus creaciones, entonces ese alguien soy yo.
Alguien de entre el público que estaba de pié, rodeando las sillas donde su ubicaban las personas de más prestigio, levantó su mano sucia, e hizo una pregunta que habría resultado de lo más interesante, de haberla hecho alguien de los que estaban sentados. Preguntó:"¿cuál es la medida para revertir la situación de las villas, que cada día crecen más, y dentro de ellas cada vez más personas quedan sin posibilidades de una vida digna?" Primero silencio, luego una risa, luego todas las personas que estaban sentadas reían, incluido el político, mientras las que estaban paradas parecían no haber comprendido, o al menos por la indiferencia que demostraban, lo que había querido decir.
El político permaneció en silencio, cabeza gacha, mordiéndose el labio inferior, tapándose con la mano la boca, ora rascándose la cabeza, ora acomodándose la corbata; pero sorpresivamente, cuando debía responder a semejante pregunta, continuó con otro tema, sobre estructuras para proveer agua a todos los habitantes, y demás, con lo que la conferencia entera prosiguió por ese rumbo.
Al muchacho que había levantado la mano, le daba vergüenza volver a preguntar ¿acaso no era pertinente su pregunta? ¿Acaso lo había explicado y el no había comprendido? ¿Acaso no eran preguntas dignas de preguntársele a un prestigioso político, él, que nunca había estado frente a tantas personas de renombre? Y como las personas de renombre habían reído de él, y así de rápido también habían olvidado su pregunta, creyó que era su insignificancia la que determinaba dicho desenlace.
Podía verse una tajante diferencia social entre los que vestían elegantes trajes y los que llevaban ropas usadas, gastadas, donadas por compasión; unos estaban sentados, los otros de pié, unos eran bien recibidos por la congregación, los otros omitidos, obviados como ignora un gran artista medio necio a todos los técnicos y personas que hacen posible su realización. Simplemente, unas palabras (las que venían de la silla) se consideraban oportunas, mientras que las otras no eran consideradas, sin más.
Continuaba su discurso este político que a tantas personas sentadas entretenía, que celebraban incluso con aplausos cualquier plan o proyecto futuro, y de los cuales podía verse en sus ojos sacarían algún beneficio. Pero a este hombre la pregunta le seguía resonando, cual una gotera de agua que, en medio de la noche, retumba como una demolición. Acaso su condición social lo favorecía a esto, y alguien de los que estaban sentados no lo habría pensado antes, o de haberlo pensado, no se hubiera hecho problema por esa situación. En efecto, cobrando valor, este hombre volvió a levantar la mano, sin interrumpir el discurso elegante, escultural, fino, guapetón, atractivo, majestuoso, esplendido, como un pimpollo, que estaba dando el político. A este ultimo, tan solo volver a ver esa mano, le subió la temperatura, pero como era ágil de-mente, lo disimulo hasta terminar la idea que estaba contando; nadie se dio cuenta de que el hombre había vuelto a levantar la mano, entonces de pronto, haciendo un gesto sarcástico, burlándose, quitándole relevancia al hombre mismo que levantaba la mano, dijo "¿Y ahora?" levantando los brazos, tirando el cuerpo hacia atrás, y uniendo las manos luego en forma de suplica, como si su intervención fuera de lo más padeciente. Ante esto todo el auditorio que estaba sentado rió; rieron felices, pues se alegraban de ver al político de buenos ánimos; los que estaban de pié, inmutables, no fruncieron el ceño. "quería insistir con esta pregunta: ¿qué va a pasar con las villas? ¿y con el abuso de poder por parte de la policía, del gobierno, de las empresas, del orden económico en general, y de la ventaja que obtienen todos estos sectores estando íntimamente relacionados y tras intereses comunes? ¿qué pasará con eso? ¿usted realmente está dispuesto a cambiar todo, o solo los parches más evidentes, y que peor funcionan?
Las preguntas llegaban más lejos: ante la ausencia de respuesta, antes de sonrojarse, el político sonrió, con lo que todos los que estaban sentados, que habían escuchado con atención al hombre de feo aspecto que hablaba de pie, y que luego le habían clavado la mirada en busca de respuestas al político, también sonrieron y carcajeadamente olvidaron sin más las palabras de el sujeto. El político, una vez más continuó.
Pero no le era agradable sentirse despreciado entre tanta gente que supuestamente escuchaba que decía, pero por orden de alteridad no tenía necesidad de comprenderlo; ya muchas veces en su vida diaria, social, había debido padecerlo, ver padecer a sus hijos, a su clase, ver infecundas apenas salían de su boca, las palabras intrascendentes que, desde una villa, solo vuelan al viento, y como humo en él se dispersan. No. No lo iba a tolerar mucho más. Volvió a levantar la mano respetuosamente, sin estorbar el , primoroso discurso del político; cuando este lo vio, no aguanto la rabia, y demostrando una parte oculta de su persona exclamo: "¿y ahora?". Ante la repetición de la pregunta, del desconcierto por parte de él para responder, de su falta de control de sus emociones, gritó, muy fuerte, las ultimas palabras de una hermosa conferencia, luego de lo cual se retiro, escoltado, a sitio más seguro: "los vamos a matar a todos. Bombas vamos a poner en las villas, veneno, no va a quedar ni un delincuente vas a ver, exterminarlos es la mejor y única solución para un país que quiere pensar en el progreso económico y social". Tras estas palabras, los que estaban sentados se pusieron de pie para aplaudirlo fervientemente.

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