martes, 4 de enero de 2011

Cosas de la vida.

Fui a comprar naranjas a la verdulería, para tomar un buen jugo que me aporte vitaminas. Es una buena solución, cuando uno se encuentra deshidratado tras largas noches de alcohol. Me desperté cansado, con los ojos hinchados, la opresión asquerosa que hay dentro de mi pieza, me hacen tambalear cuando me pongo de pie.
No tengo nada para desayunar. “¡La puta madre que lo parió!” grito dando un golpazo a la lacena. Encuentro dos pesos. Me calzo las pantuflas, me lavo la cara, y salgo a la calle.
Afuera, un día gris. Nublado, mojado, un fino rocío constante e imperceptible, me va humedeciendo la campera. En el camino veo a Elsa, que viene por la vereda del frente. Me detengo. Desde que ha muerto su marido nunca le he dado mi pésame. Y no por falta de interés, si no por cobardía, por no enfrentar a una persona que carga con un inmenso dolor, y decirle algo que, más que alivio, le depare angustia. Todavía no me ve. Espero para saludarla. Pero entonces me grita, y cruza la calle corriendo para decirme algo.
-Hola Max ¿estabas yendo a la verdulería?- me dice, avasallante.
-sí ¿por qué? Hola.- respondo.
-ay sí, hola –me da un beso-; olvido saludar cuando tengo algo en mente.
-entonces dilo, ¿que sucede?
-en la verdulería acaban de robar. Yo estaba dentro, y se metieron dos tipos que nos redujeron a todos- explica nerviosa- y nos ataron- y hace el gesto de maniatar con las manos- y tiraron tres tiros ahí adentro, pensamos, sinceramente –deteniéndose-: que habían matado a Raúl.
-¿qué?- yo la miraba atónito. Iba a salir a comprar un par de naranjas, y me encontraba ahora con semejante botín. -¿Pero estás bien?¿lastimaron a alguien?.
-no no…- responde, y se queda en silencio.
-¿no no qué? ¿No paso nada, robaron y se fueron?
-claro…- vuelve a quedarse muda.
Como no me respondía más nada, pensé en continuar:
-bueno, voy a ir a ver si necesitan ayuda. Vos anda a tu casa y relájate.
-no- dijo revoleando el brazo, quitándole importancia-, no pasa nada.
Con mi rostro le expresé mi intriga seguramente, porque de inmediato agregó:
-Yo dormí bien anoche. No necesito descansar.

Mientras hablábamos vi venir a otra vecina de la cuadra, supuestamente de la verdulería. Pero no traía aire morboso. De hecho, caminaba con tanta tranquilidad, que cualquiera hubiera pensado que en su día no había pasado nada emocionante. Incluso llegó a donde nosotros estábamos, y saludando solo con la mano, continuó su paso.
-Ester- le dije. Ester volteó y volvió.
-¿venís de la verdulería?
-sí- respondió. Inocente.
-¿y no viste nada raro?
Ester se interesó por la pregunta.
-Haber dejame pensar- respondió mirando hacia el suelo, tomándose el labio con la mano. –Ahora que lo decís, creo haber visto algo raro. Sí. Que es una verdulería, y sin embargo venden sobre un estante, que esta a la derecha cuando entras, alimento para gatos y perros. Y también tienen las piedritas para la caja donde hacen cacona los gatos. Sí. Eso me llamó la atención. ¿Está bien? ¿Era eso de lo que se trataba?
Desconcertado:
-no- respondí-, pero es una muy buena observación. Yo lo había visto, pero no prestado mayor atención. No. Yo me refería a que robaron, me dijo Elsa- dije señalándola a ella, pero Elsa ya no estaba detrás mío, ahora caminaba con paso rápido y silencioso hacia su casa, con su cartera entre las manos como si la acabara de robar.
-Elsa- le grite pero solo hecho una mirada a hurtadillas sobre su hombro; luego abrió velozmente la puerta, y de un portazo se metió dentro de su casa.
Miré a Ester. Ester me miraba a mí. Ninguno de los dos podía explicar lo sucedido.
-Elsa me acababa de decir que en la verdulería entraron a robar, que los apuntaron y ataron, y tiraron unos tiros- dije desorientado-. ¿Vos viste o escuchaste algo?
-No. No no no, nada. De hecho vengo de allá y el funcionamiento era completamente normal. El verdulero, que siempre está serio, incluso hoy parecía esbozársele una pequeña sonrisa. La mujer se reía feliz; quizá anoche hayan tenido, finalmente, sexo. Ella me había comentado que andaban mal en la cama, así que capaz, no se…- Ester comenzaba con los chusmeríos y no tenía ganas de saber de eso. Además de cansado, estaba completamente empapado, quería llegar a casa para desayunar, calentito, no sea cosa de coger un resfrío. Despedí a Ester que ya proseguía su camino, y enfile para la verdulería.

-¡Buenos días!- salude al entrar. No había nadie. Estaba completamente vacía. “¡Hola!” agregue. Nada. Salí a la vereda, y me encontré con Lorenzo:
-Hola pibe- me dijo.
-Hola Lorenzo.
-¿no hay nadie?- advirtió la irregularidad.
-así parece. No se qué pasó…
-¿cómo andas vos tanto tiempo pibe? ¿Qué haces de tu vida?- interrumpió, bonachonamente.
-Yo…- me detuve-; Lorenzo está pasando algo muy raro-. Lorenzo levanto el oído –Muy raro…- alcance a decir.
-Sí- repuso Lorenzo-, he leído algunas notas tuyas. Escribes muy feo. Mierdas que aburres. Le he dicho a mi mujer que no había conocido fiasco más grande que el tuyo, y ella ha encontrado uno. Solo escribe peor que ti un analfabeto. Ja, Ja, Ja- rió sarcásticamente, inflando y desinflando su pecho con cada carcajada. Me apoyó la mano en el hombro, como compadeciéndose, y agregó- No mentira; era broma, solo escribes feo- yo lo miraba, inmutable. –Pero hablando en serio, he notado en tus notas que tocas problemáticas que indican que algo no anda bien. Si a eso te referías con que algo no andaba…-
-no- lo detuve. –Estoy hablando en serio. Salí de casa…- pero no dejándome continuar impuso:
-¿serio?¿tú puedes hablar algo serio?- exclamó largándose nuevamente a reír descostilladamente.
Me quedé contemplándolo como quién presencia algo estúpido pero inevitable. Esperaba que termine. Disfrutaba que se atore riendo y tosa como un fumador ya consumido por el cigarrillo. Qué necesite sostenerse de mi hombro para restablecerse; eso ya hablaba de quién era más serio y prudente.
-¿terminaste con tu idiotez, marmota?- pregunté con mala onda, pegándole un coscorrón en la cabeza.
-Ey ey, esperá. No te calentés, te estoy jodiendo- dijo poniéndose serio. No sentía necesidad de continuar explicándole a Lorenzo la situación, asíque sin más cruce al quiosco de enfrente, para saber si tenían algo de información. Un cartel azul decía “Cerrado”. El quiosco también vacío. Miré en todas direcciones, poca era la gente. Lorenzo miraba desde el frente, y reía con cara tonta de que el quiosco me estaba cerrado. El viento comenzaba a hostigar al cuerpo mojado y débil. La lluvia era de a ratos más gruesa, de a ratos más fría. Con los pelos pegados al rostro, corrí hasta la carnicería, a diez metros del quiosco.
Al entrar no salude ni nada tradicional, ya demasiado patético había sido como para que yo siga confiando en que era un día normal. Miré a todos con curiosidad, algo en mi anunciaba un misterio, pero todo era normal allí adentro. Ellos, los que ya estaban ahí, me miraban intrigados, no comprendían porque yo, vecino desde siempre y supuesto “normal”, me comportaba tan suspensivo ese día.
El carnicero hecho a reír, y con él lo hicieron todos los demás. Eran diez o doce clientes, los dos carniceros, la chica que atendía la despensa, y la cajera. De tal suerte, yo era el payaso de ellos.
-¿qué pasa?- Preguntó el carnicero. Miré a todos, me repuse (hasta entonces estaba encorvado, con el oído agudizado y mirada desconfiada), pero no creí conveniente explicar todo delante de tanta gente.
-nada- respondí simulando espontaneidad. Me acerqué a la cajera, y en voz baja le pregunté:
-¿Sabés algo? ¿Sabes sí le robaron al verdulero?
Me miró, sorprendida, se mantuvo sería unos instantes y luego comenzó a reír ingenuamente, como quién ríe de los errores de un niño. Para esto todos miraban y reían también, pues suponían que me había mandado alguna. Ya había entrado torcido. Mojado, intrigante, ahora nuevamente centro de atención.
-en serio pregunto, me dijeron eso- pero mis palabras solo servían para brindar mejor espectáculo. La cajera se tapaba el rostro para reír, lo hacia despavoridamente, y no quería ofenderme “explícitamente”, pero ese modo de hacerlo resultaba aun más desvergonzado todavía.
Dado por vencido, deshonrado, dispongo a irme, y veo tras la puerta, a punto de entrar, a Elsa. Espero entonces que ella entre, pero cuando lo hace y levanta la cabeza, cuando me ve, da una vuelta rapidísima y huye, disparada como si me debiera dinero, o me tuviese miedo. Ante esto todos los presentes vuelven a reír, no tanto de Elsa, sino de que ella se había asustado conmigo, y de que, además, ella era tan intrigante como yo. No agregué más nada a toda esa ensalada, y solo me retiré, se estaba mucho mejor afuera que allí dentro.
“pero si están todos locos” repetía en mi cabeza.
-¡Están todos locos!- grité a todos los vientos dando un manotazo al aire, necesitaba descargarme. Lorenzo, que todavía estaba bajo el pequeño toldito de la verdulería, me observaba desde la distancia y reía de mi fiasco. Me apuntaba con la mano que se sacudía al son de su pecho y su ataque de tos.
-¿qué te reís hijo de puta?- le grité de vereda a vereda. Realmente estaba muy caliente. Lorenzo, desviando la mirada, continuó seleccionando sus frutas.
Vi alo lejos, corriendo por la calle, a Elsa escapando hasta meterse en su casa. Solo una mirada estrafalaria me arrojó antes de resguardarse.

De regreso a casa, frustrado, las naranjas podían pudrirse en el cajón, pero no continuarían arruinándome el día, encuentro a Valeria, que bajo el portal de su casa, contemplaba, sin mojarse, la fina cortina de agua que se extendía a lo largo y ancho de la ciudad.
Solo atiné a saludar moviendo la cabeza, pero ella me detuvo.
-Que lindo día para pasear- dijo.
-Ni que decirlo- respondí al pasar.
-que apuro que llevas- agregó, a lo que reflexioné, y volví. En verdad, mi paso era muy acelerado. Lo sucedido me había trastornado, y ahora Valeria, tan calma, parecía tener un momento para escucharme y comprender.
-Perdóname, sí, es que hoy es un día muy raro- contesté.
-Pero no lo pierdes, sales igual a la calle, vagoneta- agregó riendo. Valeria, una joven de 25 años, de linda figura y sobre todo, más que linda, sensual, había llegado al barrio unos meses atrás, a vivir sola, pues venía de otra localidad a estudiar a la mía.
-Sí. Necesitaba hacer un mandado, pero no he podido. Elsa me dijo que robaron…
-Ah. ¡Hoy hacer mandados! Vos también. ¿Por qué no los hacés otro día?
-pero te digo que…
-si nunca los haces, ¿por qué sí hoy? Eres llamativo- concluyó bromeando.
Al parecer, tampoco ella tenía intenciones de dejarme hablar. Suspiré profundamente, y pedí que me aguarde, que debía realizar un llamadito telefónico. Le pedí permiso para meterme junto con ella bajo el techo, para no continuar mojándome, aunque era inútil dado que ya estaba aguachinado, y disque en mi celular .
-Hola Loro- atendieron el teléfono-, necesitaba hacerte una preguntita sobre el lenguaje, ¿tendrás un minutito para hablarme ahora? Mirá. Lo que veo es que la gente, aunque hablando pareciera comunicarse y entenderse, en verdad no se entiende. No. En absoluto. Lo que veo es que entre más claridad uno intenta dar al mensaje, menos entiende la otra persona el sentido que le estamos dando, incluso pareciera que no tiene importancia la elaboración que uno realizare, porque al final siempre es el receptor el que entiende y responde lo que quiere y como quiere. Esta llamada además de ser un medio de evasión de la furia- dijo gritando esto- que me hicieron agarrar algunos hechos inusuales, es para que me digas, me lo recuerdes, que comunicarse es el modo que tenemos para comprendernos, pero que esta comprensión nunca es, en verdad, comprensión, sino interpretación. Qué no es posible comunicarse, literalmente hablando, sino, solo, metafóricamente. Porque yo he dicho cosas coherentes, y solo me han devuelto incoherencias; y lo mismo deben pensar todos los que conmigo hablaron, que era yo el desviado. Dímelo, por favor, dime que todos estamos locos- terminé prácticamente suplicándole al celular que me respondiere eso. Loro, como buen amigo que es, me lo afirmó. Valeria me miraba intrigada. No comprendía muy bien mi situación. Además no nos conocíamos desde hacía mucho como para omitir semejante escena. Ya más tranquilo por el asentimiento de Loro, corté el teléfono.
La miré pensando en que no hablaría de nada de lo sucedido. Haría de cuenta que el día era uno más. Como todos, sin irregularidades, sin sobresaltos, sin emociones suficientes que impulsen con fuerza a vivir. Siempre constante, siempre inerte. Nunca dando lugar a un cambio social. Sonreí, era necesario pensar pavadas, y hablar trivialidades.
-Solo necesitaba unas naranjas. Pero no es nada- dije.
-yo puedo darte algunas si quieres. Tengo, re-que-te dulces- dijo.
-oh no.
-pero sí. ¿Por qué no? También puedo ofrecerte mis naranjas- dijo masajeándose los senos. Apretándoselos y frotándolos como dos grandes naranjas. Las miré, disfrute imaginando su jugo. Pero no alcance a agregar nada (por suerte, pues siempre que hablo la embarro) que Valeria me había arrinconado contra la pared y me daba ahora desenfrenados besos intercalados con bravos suspiros de excitación, apoyándome sobre el cuerpo esas dos lindas naranjas que tenía para darme. Tomándome la mano me la dirigió hasta su pecho derecho, la otra me la coloco en su nalga, y apegándose con fuerza sobre mí, intentaba que traspasemos juntos la pared. El Agua de mi campera debería de irse evaporando, pues el calor había subido rápidamente aquella mañana de lluvia. “Solo un día tan insólito, podía traer consigo algo de buena suerte” pensé, mientras nos recostábamos en el suelo, bajo el porche de la vereda, y aprendí que “dos buenas naranjas”, reponían mejor al cuerpo que un triste jugo de frutas.