miércoles, 2 de febrero de 2011

Cuestiones metafísicas (Primera parte)

Caminábamos sin destino con dos personas más, que ya no recuerdo quiénes eran. Avanzábamos por la vereda y por la calle, cuando de repente, al darme vuelta para mirar lo que fue una intuición, veo, y oigo una enorme explosión, una llamarada de fuego que se alza pequeña en la lejanía, y la onda expansiva que llega segundos después junto al ruido me sacuden todo el cuerpo. Una segunda detonación procede a la primera, pero esta vez más fuerte, y a juzgar por su tamaño, más cerca, haciendome las ondas esta vez me caerme al suelo. Me escondo como puedo tras un auto, y una tercer explosión en cadena retumba por los cielos, y por el suelo una poderosa oleada de viento, arrasa contra todas las cosas pequeñas; a mi, me corta el pelo. La Primera explosión me despeino; la segunda me lo tiró todo hacia atrás; la tercera me rapo. Al parecer, las ráfagas veloces emanadas de las explosiones, eran calientes, muy calientes, y esta última había estado más cerca (aunque muy lejos), y me habría quemado, antes que yo lo sienta, todos mis pelos, que para peor había roseado con Kerosene para ahuyentar los piojos. Luego, silencio, de un día caliente y vacío, pero allá había quedado prendida una llama, de una tamaño incalculable. Aunque todo sucedió imprevistamente, y aunque nos había derrivado a los tres, sin embargo nos pusimos de pie y continuamos caminando. Aunque yo volteé la cabeza varias veces para ver las llamas, mis acompañantes no repararon en ellas, y solo vagamente hicieron luego alguna referencia. Llamativo fue para mi no oir ningún ruido de sirenas, de caos, de muerte. Alguien, en esas trágicas explosiones, debería de haber pagado con su carne. “Mi cuñado” pensé, que trabaja en una refinería ubicada hacía aquel lado de la ciudad… ¿estaría en ese momento en ese lugar?... pero el camino era arduo, y aunque no había viento, ni gente, ni obstáculos, ni policías, el camino era lo suficientemente exigente como para mantenernos concentrados en él. Pero en apariencia no había exigencia alguna. Nadie sabe que nos impulsaba a nosotros tres a avanzar sin rumbo y con tanto ímpetu. Inclusive un carnicero que justo salía a tirar el agua con sangre y lavandina, con el que había lavado una vaca media podrida, nos preguntó “¿A dónde van tan callados, ustedes tres?” Mis acompañantes ni lo miraron. Yo por cortesía le dirigí la mirada, y acunando los brazos le indiqué que no sabíamos. Mi rostro, fue esencial en aquel gesto. “Oh, niños” murmuro por lo bajo mientras se metía adentro. Pero uno de mis acompañantes se molesto sobremanera, al parecer, finalmente había reaccionado a algo. Es que veníamos muy ensimismados. Entonces, poniéndose colorado como alguien enfadado, emanando vapor por las orejas acompañados de un chirrido hirviente, salió al humo contra el carnicero, el cual apresuró el paso para resguardarse y cerró con traba la puerta. Mi colega, escupió el vidrio, lo maldijo, y prosiguió camino. Nadie más hablo de ello. Ni él miró a nadie, ni pareció recordarlo por más tiempo.
Caminábamos los tres con la cabeza gacha, rostro serio, los ojos clavados en ningún lado, más mirando hacia adentro que hacia fuera.
Sin que nadie lo diga y sin advertirlo, ya estábamos camino de regreso. Pero ¿de regreso a dónde? En verdad, sin saber por qué íbamos caminando por la calle, luego volvíamos, pero ¿de dónde veníamos? Instantáneamente me paralice, quede en medio de la calle y un auto debió tocarme bocina para poder pasar. Con eso volví en sí, vi a los otros dos continuaban caminando más adelante, pero sin embargo dí pasos lentos para correrme, puesto que mi energía estaba puesta en resolviendo otro tema: ¿De dónde veníamos? Caminábamos, está bien no saber el destino, pero el origen, la procedencia. Friamente, un súbito me recorrió todo el cuerpo, descendiendo desde la cabeza hasta los pies, para quedarse instalado en mi cuerpo. “¿Dónde está la respuesta?” me dije. Se quién soy pero ¿de dónde vengo, que hago acá, con quién estoy, dónde íbamos, por qué volvemos sin más, porque no hablamos, por que parecemos perplejos cuando en verdad estamos bien, qué fueron esas explosiones, por qué la aridez del clima me resulta tan bochornosa? Las preguntas desfilaron por mi mente como lava vertiendo por la ladera, que con suerte lo hace lenta pero contundentemente. Las ideas se apropiaban de mi cuerpo, pese a que el pensamiento era conciente de ello; ¡Hipócrita! No me dejaban caminar, me lo impedían. Las ideas se negaban a gastar cualquier mínimo de energía, y a que desvíe mi atención de ellas. El pensamiento por quién sabe que obstáculos sorteados, lograba dominarme el organismo. Una puntada en el riñón fue suficiente para que no intente revelarme. Los otros avanzaban. Pero en eso un perro que camina por la vereda se acerca hacia mí, se detuvo y me clavó la mirada. Lo miré y logre distraerme, y con eso gane terreno al sometimiento que estaba ejerciendo el pensamiento sobre mí cuerpo. A la fuerza muevo un pie, luego el otro, y rápidamente voy recuperando el movimiento. Pero el perro me miraba atento, con algo que decirme, o al menos por algo había avanzado por la vereda, hasta detenerse frente a mí. Y yo me iba sin más, en busca de los otros, que ni habían reparado en mí. “A la mierda” pensé con rencor puesto que a los otros parecía no importarle nada ni nadie, y volví hacia el perro. Él abrió la boca, y modulando con la lengua me dijo:
-¡Feliz año nuevo!
Sorprendido, lo miré parapeto, con cara de ojete, y le respondí:
-hoy es cinco hermano. ¿Hasta cuándo vamos a seguir diciendo feliz año?
-bueno, perdona- respondió el perro.
-sí todo bien. Es un comentario nada más. Pero ya paso.
-bueno, pero era para hablar de algo, amigo- Finalizó. Me enoje muchísimo por esa palabra. Amigo, ¿de quién? ¿De él? Si ni lo conocía…
-Ya vi muchos como vos- dije con coraje-, que se hacen los amigos y después traicionan.
El perro me miraba desconcertado, si el no tenía intenciones de pelea.
-¿eh?- proseguí-, estoy en lo cierto ¿no? Por eso te quedas callado. ¿Eh?
El perro me contemplaba mudo.
-¡Perro puto!- le grité agitando el cuerpo bruscamente hacia delante, levantando la mano y mostrándole los dientes, en claro gesto de provocación. Cuando levanto la cabeza, en la vereda detrás del perro, había una señora observando desde la puerta abierta. Me miraba perpleja, anonadada. El perro que estaba sentado la vió y se puso de pié moviendo la cola. La anciana le toco la cabeza, con lo que reforzó su amistad con él, y me lanzó una mirada de mayor desprecio. “Vaaah” proferí barriendo el aire con la mano, y di media vuelta para continuar camino. En eso sentí detrás un eminente toreo que se acercaba hacia mí, venía cargado y era constante, unos ladridos verdaderamente defensivos, al ataque. La primer respuesta que tuve fue salir corriendo, en eso lance una mirada hacia atrás sobre el hombro, y vi que era la anciana la que lanzando el bastón al suelo, venía ahora corriendo ágilmente en cuatro patas, como un perro, ladrando con recelo. Corrí y corrí hasta estar exhausto y caer desvanecido sobre el suelo. No se porque, pese a que ya no escuchaba los ladridos, no había pensado en ningún momento en detenerme. Había cruzado la ciudad y el campo. Ahora estaba en medio del monte, o del desierto, no lo se; bajo mi cuerpo algo pinchaba, pero podía ser desde un matorral hasta una piedrecilla. Pase un tiempo desvanecido e incomodo, periodo en que nuevamente, el pensamiento, está vez más tétrico, se apoderó de mi cuerpo. El resultado era una especie de alucinación, entre la asfixia y el delirio. Y tuve un sueño, entre otros, que todavía no se puede contar.

1 comentario:

  1. che, lo leimos con el chino y me dijo:quiero la segunda ya!
    muy bueno tava

    ResponderEliminar