lunes, 5 de octubre de 2009

Libertad; perla escencial del hombre.

La libertad es propia de los animales, desde que hay un deseo diferente al actual, ya hay un ser que vivencia esa cadena de impulsos y tendencias, que debe ir satisfaciendo, como alimentarse, huir, procrear, y demás, para poder subsistir; por tanto debe actuar en consecuencia de sus necesidades. Pero los animales a diferencia del ser humano, no pueden desprenderse del innatismo y las conductas pautadas por la herencia, por lo que solo serán parcialmente independientes, aunque completamente dependientes (de la naturaleza). Concluimos así que su medio natural es su único modo de vida. El hombre, en cambio, suple cualquier relación determinada por un sistema de lenguaje, que posiciona entre él y el mundo, y le permite nombrarlo, abstraerlo, dominarlo, mientras lo conoce. Seria como si al hombre le patinaran los significados de las cosas, y por tanto pudiera hacer interpretaciones propias de todo, que de hecho es lo que sucede. El hombre posee además de una libertad natural, propia de los animales, una libertad individual, que a su vez es doble, dado que es libre en su individualidad, a partir de que pertenece a una sociedad. Y es este último el fenómeno que libera al hombre más allá que los animales; el hombre trasciende gracias al lenguaje, que conforma civilizaciones, este sistema que le es propio, y por tanto, lo caracteriza de maneras particular. La evolución brindo al hombre la razón, y luego, de las practicas de esta ultima, han salido las diferentes características que conforman al hombre civilizado. Esta razón que por un lado lo somete, y por otro le permite hacer uso de ella, es la que lo hace responsable de los actos y decisiones que toma.
Aclarada la libertad humana por la cual cada persona decide libremente sobre sus actos, y no esta predestinada por su instinto, surge un inconveniente: el hombre tiene la posibilidad de obrar bien como de obrar mal; puede por tanto perjudicar al otro o beneficiarlo, y aunque no pueda consensuarse sobre el criterio de bien o mal, es del hombre de quien depende tal decisión. Partimos de la premisa de que el hombre es en acción, dado que en potencia, tranquilamente podrían considerarse malas algunos pensamientos, y sin embargo no ser incorrectas ni dañinas por no pasar de la imaginación. En acción, en cambio, el hombre es responsable de sus actos, a tal punto que su decisión afectara a un sin numero de vidas haga una u otra cosa.
Lo siguiente pues, seria preguntarse, como realizar lo bueno, que seria al parecer la única actividad favorable al hombre. Y al parecer me veo sumamente influenciado por Aristóteles en este tramo (aunque de lei muy poco), donde en primer lugar hay que considerar la felicidad como fin ultimo, supremo, y la virtud, como medio por el cual conserguirlo. Porque la felicidad en si misma es similar al lujo, tan reducida como el placer y agotable como las emociónes. La virtud del hombre, en cambio, el hombre parsimonioso, contemplativo, que media entre los extremos con justicia y lealtad, pues entonces estará haciendo bien las cosas antes de finalizadas, estará actuando correctamente, por lo que no puede sino devenir un bien superior a partir de estos bienes previos. El fin supremo por lo tanto depende de los fines parciales, como la felicidad (fin ultimo) depende de la virtud (fin intermedio) de quien razona con el alma, y ama la vida contemplativa (y agrego: quien vive espontaneamente conectado con su medio, y no tan encerrado en su cabeza). Pero a decir verdad ¿es la felicidad el fin último de la acción humana, o es la virtud, que es quien permite la felicidad? Por un lado es razonable nombrar la virtud como responsable de la felicidad; pero aun mas importante resulta recalcar que es hacia la felicidad hacia donde se dirigen todas las acciones, ya que es esta la que permite una vida satisfactoria, suficiente y plena, que no cuestiona a quien la vivencia, ya que no es una adquisición, sino un estado. La felicidad no se compra ni se educa (es prácticamente ajena al control voluntario); la virtud en cambio, sí. Porque se llega a ser virtuoso mediante el aprendizaje, mediante la educación que centra en la atención del hombre las actividades del alma (razón). Ante todo el equilibrio. Hipócrates dice: equilibrio de tensiones. Aristóteles en ética Nicomaquea también lo nombra: es el medio y no los extremos los que llevan a una acción justa, y en consecuencia, correcta.
Y si basta con acciones correctas para hacer el bien, pues entonces el bien es un adjetivo adjudicado a distintos estados, que no superan el orden de lo terrenal (podría plantearse el bien como algo divino que presta sus atributos a distintas acciones), o mas bien, ni siquiera superan el orden de lo humano. ¿O acaso los animales actúan bien o mal? Al parecer el bien no es tan trascendente como pensaríamos, sino más bien que depende del sujeto, de la sociedad y las normas en la que esta inserto y, en última instancia, de la opinión general. Pero no va más allá de eso. Sin embargo la virtud supera al actuar correctamente, dado que una vez adquirida se transforma en una estructura, y por lo tanto actúa tanto mejor quien es estructuralmente benéfico, que quien decide hacer el bien en algunas ocasiones, y suplantarlo o contrariarlo haciendo el mal en otras. El primero es un hombre moral; el segundo un hombre practico. El primero quiere el bien supremo, ya sea propio, de su pueblo o universal; el segundo, busca fines particulares. El primero puede referir a las leyes su obrar; el segundo, a sus intereses individuales. Entonces, sin duda, el primero constituye parte del grupo de los hombres justos y virtuosos, que tienden hacia el bien, mientras que el segundo es parte del vulgo, donde las tendencias y pasiones interiores tienen más fuerza sobre las elecciones personales, que la contemplación del alma entrenada. Uno podría considerarse sabio, el otro técnico (y ya notamos en occidente las consecuencias, de formar una sociedad tecnicista).
Y llegamos a conocer del hombre su aspecto mas objetivo: la relación mente – cuerpo. La relación dual entre el instinto y la razón, conformados en una indiscernible dialéctica dentro de una misma persona. Y el discurso nos ha llevado a finalizar con lo que comenzamos; dado que es esta disociación la que le permite al hombre abstraerse del medio natural del cual proviene (a diferencia de los animales), para insertarse en su propio medio, el que conforma como ser humano, la civilización. Por lo tanto el ambiente natural del hombre de cultura es la cultura misma, y por ello le cabe plantearse preguntas como lo bueno, lo malo, lo justo y la libertad, al momento de relacionarse con sus semejantes. Y por lo tanto le cabe preguntarse por el origen de tales acciones, proceso mediante el cual entrena el alma, adquiere la virtud, y si bien no consigue la felicidad (muchas veces los infortunios sobrepasan el espíritu), al menos se desplaza por la senda del bien, por él y para todos, fuente primordial de verdadera libertad. No olvidemos decir que el conocimiento lo acerca a uno a la verdad; y la verdad, es la única fuente de real libertad.

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